Aristócratas arruinados

2009 Noviembre 14
Por Saúl Ramos

Las cortinas, eso es, según cuentan los entendidos, lo último que venden los potentados  cuando su bancarrota es irremisible.

Mientras aún pueda mantenerse la farsa auspiciada por un apellido prestigioso, por un supuesto patrimonio que aguarda puertas adentro del palacio o por una vida social más o menos exclusiva todo irá bien. Hasta que las deudas no derriben el último velo del cortinaje y la realidad tozuda no emerja el aura de grandeza permanecerá salvaguardado.

En Atrápame si puedes, el perseguido timador Frank Abagnale (Leonardo Di Caprio) le pregunta a su perseguidor Carl Hanratty (Tom Hanks) cuál es el motivo de que los Yankees ganen siempre. “Porque todos se quedan embobados con las rayas de su uniforme” se responde a sí mismo Abagnale ante su escéptico interlocutor que, pragmático él, piensa que las victorias de aquel equipo de béisbol se deben simplemente a que ”Mickey Mantle juega para ellos”.

A un servidor le vino a la mente  esta conversación, caundo el otro día Antonio Mérida interpelaba en Telemadrid al entrenador del Alcorcón tras su gesta en el Bernabéu inquiriéndole si no le había decepcionado el millionario plantel de Pellegrini: “Es que yo veo la camiseta blanca y ya me acojono”, respondía el bueno de Juan Antonio Anquela dando la razón en forma castiza a aquel personaje de Spielberg.

Les confesaré que yo, al igual que Anquelotti, siempre he sido un poco crédulo sobre todo lo que tiene que ver con la mitología y los símbolos futbolísticos; Ganar por el escudo, o algo así creo que lo llaman.

Las cuatro jornadas transcurridas hasta ahora en la Liga de Campeones parecen contradecir esta máxima porque a estas alturas no hay ningún equipo infalible y entre los que suman más puntos encontramos a conjuntos como el Sevilla, Arsenal, Chelsea u Olimpique de Lyon que jamás ganaron esta competición, amén de algún sacrilegio histórico vivido como el del Rubin Kazán ganando en el Camp Nou, el Zurich tomando San Siro al asalto o el Atlético eliminado a las primeras de cambio tras no poder ni con el Apoel de Nicosia.

Tiempo al tiempo es lo único que se me ocurre decir. Ya verán cuando regrese la primavera, lleguen las eliminatorias y los grandes, los de siempre, impongan el peso de su Historia, su escudo y sus mangas europeas con el número de títulos logrados. Verán cómo las revelaciones se quedan en eso, a los aspirantes no les da para agarrar la orejona y las promesas no acaban de cumplirse. 

De los inéditos en la Champions tan sólo el Chelsea se me antoja como futurible campeón. Los londinenses ya sufrieron hace dos temporadas la alquimia de la tradición cuando su capitán John Terry se resbaló en Moscú mientras intentaba transformar en gol el penalti que pudo habérles hecho campeones por primera vez ante los favoritos e históricos diablos rojos de Manchester.  

Con el trauma ya pasado, este año siguen con los mismos jugadores que perdieron aquella final, cuentan con un entrenador prestigioso y ya triunfador en la competición como Ancelotti y la ambición por romper el oligopolio de los grandes es mayor que el respeto que sus colores les inspiran.

Los blues británicos son hoy en día la esperanza más sólida de los desposeídos de la Champions (aunque calificar así a un club presidido por el multimillonario Abramovich suene a sarcasmo), si éstos fallan ganarán algún dinero apostando por los Milan, Manchester, Juve, Madrid o Barça de turno quienes, lejos de vender las cortinas de sus uniformes, lo convertirán en cuanto lleguen las citas decisivas, en todo un telón de acero donde se estrellarán sus impresionados rivales.

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